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martes, 9 de septiembre de 2014

Martes por la tarde.

Y salir a caminar, en una tarde aburrida sin ningún propósito, pasear pasear, recoger mil y una conchas con la idea de alguna manualidad en tu cabeza.

Y dejar que el agua salada te moje esa herida del pie, de esas sandalias que tanto te gustan pero que te hacen daño, para que así se cure.

Y llevas ese gorro, típico gorro, de algún otro viaje, para que te salve del sol, ese sol que de un intenso te broncea; la mano repleta de conchas, -o como dicen en argentina, caracoles- entre las conchas, algunos que otros granos de arena que se te van acumulando; y sigues caminando, un ratito mas, hasta llegar a esa bandera verde de lejos; y sigues caminando, y mientras caminas en tu búsqueda, te encuentras con acumulaciones de conchas de algún castillo de arena derruido o llevado por el mar, y piensas que te han facilitado el trabajo, pero acabas por no coger ninguna, solo te limitas a mirarlas y dejarlas de largo, porque si no... ¿ que gracia tendría entonces? ; y sigues caminando; y al fin, llegas hasta la bandera verde que ahora ya no es tan lejana, mas bien la tienes ante ti, en su torcido soporte ondeando a la ligera brisa; y das por finalizada la búsqueda de pequeñas conchas, no porque estés cansada, si no porque ya no hay espacio en tu mano para seguir acumulándolas.

Andarías y andarías, estas completamente relajada, ahora, sentada en el murete que separa el paseo de la playa, ves a la gente que va y viene, a sus aires, y te preguntas ¿ cuantos hoy se habrán levantado si ningún plan, y sin propósitos, habrán salido a caminar?
Miles piensas. Y sigues ahí sentada, observando, simplemente disfrutando.

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